viernes, 23 de septiembre de 2011

Días inolvidables ELPAISDIGITAL

LORCA EN EL URUGUAY

Andrea Blanqué

EL DOCUMENTAL El mar deja de moverse indaga las razones y muerte de Federico García Lorca y deja al espectador anonadado. Comienza con unas imágenes filmadas del poeta -de las escasas que se le hicieron y que se conservan- en el marco de una ciudad animada donde evidentemente el sujeto filmado, Federico, se halla a gusto y feliz.

Dado que las imágenes fueron rodadas por el millonario escritor uruguayo Enrique Amorim -quien tenía poder adquisitivo necesario como para poseer esa filmadora y realizar los revelados de película- algunos pensaron que ese tesoro en movimiento fue filmado en Uruguay.

No fue así: antes de pasar más de dos semanas en el verano uruguayo de 1934 (del 30 de enero al 16 de febrero), Federico había permanecido varios meses en Buenos Aires. Había llegado en un lujoso transatlántico a pasar una temporada en el Río de la Plata y, tras varar el barco quince minutos en el puerto de Montevideo, el día 13 de setiembre llegó a Buenos Aires, que lo convirtió en una verdadera megaestrella. García Lorca intimó con toda la troupe de escritores e intelectuales argentinos de la época. Por cuestiones del destino el cónsul en Buenos Aires era Pablo Neruda, de solo 27 años.

El salteño Enrique Amorim, para quien Buenos Aires era la vereda de enfrente -era familiar de Jorge Luis Borges- estuvo allí al firme en la estadía del poeta más famoso de España. En Buenos Aires, su amistad y complicidad creció hasta el punto que el escritor uruguayo fue uno de los agentes que impulsaron al poeta a cruzar el Río de la Plata y pasar unos inolvidables días en el Hotel Carrasco, frente al mar que los argentinos llaman río.

Detrás del Atlántico. No era la primera vez que Lorca venía a América. En 1929, tras una depresión severa, el rico padre de Federico costeó viaje y estadía de su hijo mayor a la Universidad de Columbia en Nueva York, con el objetivo aparente de que estudiara inglés, aunque daría recitales y conferencias. La razón subyacente: que su brillante "oveja negra" saliera del pozo.

Los motivos por los que Federico estaba tan a disgusto consigo mismo --a pesar del éxito fulminante del libro Romancero Gitano, que había publicado en 1928, tras algunos años de elaboración y lecturas orales- fueron una mezcla de conflictos afectivos y artísticos. Federico, quien por ese entonces vivía su homosexualidad en forma problemática, dado que había saltado a la fama y era hombre público, ya había tenido un gran amor que no había prosperado, Salvador Dalí. Con él mantuvo una relación cuyos entresijos han sido explicados por Ian Gibson. Pero Federico también intentó mantener otra pareja homosexual posteriormente, con un escultor mediocre y poco querido por los amigos del poeta, Emilio Aladrén, quien lo había abandonado por una mujer. En 1929, el poeta había quedado devastado, y tampoco el éxito de su Romancero gitano lo convencía. Por fin había tocado el cielo con las manos como pocas veces en la historia sucede a un poeta. Pero él ya estaba muy alejado de esa estética, se sentía acosado por la mirada folklorista con que se lo veía, y se espeluznaba de que lo admiraran como "gitano".

En Nueva York, Lorca salió "del closet". En la gran ciudad donde nadie sabía quién era, frecuentó Harlem, clubes de jazz nocturnos, hombres afro y marineros. La depresión pasó a mutar en una crisis cuyo resultado fue un brote inusitado de creatividad: allí escribió lo mejor de su obra poética - el irrepetible Poeta en Nueva York- y dos obras de teatro surrealistas, Así que pasen cinco años y El público. Eso sí: nunca aprendió inglés.

Su estadía en América del Norte lo dejó aterrorizado, por la catástrofe de las vidas humanas, por los peligros del mundo -se venía, en efecto, un período duro para la Humanidad-. Sin embargo el poeta logró una visión más arraigada de su propia condición de ser frágil, sensible y atado a las minucias de la Tierra, pero sobre todo, a la verdad poética, como él llamaba a algo que consideraba una obligación inexcusable.

No solo estuvo en Estados Unidos: también viajó a Cuba, donde se halló muy a gusto en el Caribe haciendo gala de una libertad y un hedonismo que la España católica nunca le había permitido. Volvió moreno por el sol y renovado a su país, a crear con más fuerza que nunca.

La otra América. Así llegó también, como un huracán, el amor al teatro: una vez en España creó el grupo La Barraca, con el que dirigió y actuó poniendo en escena el mejor teatro clásico español. A a su vez, creó la fantástica Bodas de sangre, obra que se estrenó en España pero que muy seguidamente fue llevada a las tablas en Buenos Aires en 1933 por la compañía de la gran actriz Lola Membrives. La obra y su impacto en el público prometían un dramaturgo universal que habría de dar más: en efecto, cuando llegó al Río de la Plata ya tenía dos actos escritos de Yerma, y supuestamente debía escribir aquí el tercero. Antes de morir, pudo completar también La casa de Bernarda Alba. Así quedan encadenadas estas tres tragedias a las que se les suele llamar "trilogía", aunque ahora se sabe que los proyectos del poeta incluían realizar otra trilogía con temas bíblicos, incluidos Sodoma y Gomorra.

La causa aparente para que Lorca recalase unos días en Montevideo, y se animara a deshacerse de las garras de los groupies y la farándula argentina, fue que Lola Membrives, para que terminase Yerma y se estrenara en Buenos Aires -lo cual para ella hubiese constituido la apoteosis-, lo convenció de que buscara la paz y el aislamiento para escribir el tercer acto. Debía hacerlo en el mismo hotel donde ella estaba descansando del estrés por exceso de trabajo, frente al mar, en Carrasco, lo que por entonces era un balneario de Montevideo. La idea de Membrives y del marido de ella, su productor, era secuestrarlo. Pero la actriz argentina no sabía que Lorca tenía en mente a Margarita Xirgu para darle la tragedia: Federico se había sentido muy mal cuando Bodas de Sangre no fue estrenada por la actriz catalana que había sido su amiga y sostén de su incipiente genialidad dramática. El escritor quería compensar su culpa y había prometido, antes de venir al Río de la Plata, en el camarín de Margarita, que Yerma sería para ella. Margarita, sesudamente, sabiendo que Federico estaba a punto de viajar a Buenos Aires donde sería aplaudido como una estrella, no le permitió hacer la promesa ni lo comprometió. Sin embargo, Lorca cumplió con su palabra: no terminó Yerma en Uruguay, no le dio la obra a la Membrives, y la pareja actriz/productor llegó a pelearse con él. La biógrafa Leslie Stainton apunta que incluso llegaron a las manos.

Nosotros y el otro. Con el libro de Pablo Rocca y Eduardo Roland, publicado recientemente en la editorial andaluza Alcalá -Lorca y Uruguay, pasajes, homenajes, polémicas- el viaje de Lorca a Uruguay está minuciosamente documentado. Pero la investigación no se queda en los 18 días pasados en esta orilla del Río de la Plata, sino que va al pasado y al futuro de este viaje.

Los lazos con Uruguay de García Lorca nacen con la significativa amistad entre dos artistas geniales, cuando eran unos jóvenes bohemios en un Madrid vanguardista lleno de cafés y tertulias donde todas las artes se mezclaban: el pintor uruguayo Rafael Barradas fue un sostén afectivo y estético para un Federico muy joven que hacía poco había llegado de Granada. Esta amistad fue fundacional para el poeta, quien siempre recordaría a su amigo, muerto pobre y tuberculoso al otro lado del mar. Dos retratos clownescos de Federico muestran el interés del pintor por el peculiar rostro del poeta. Barradas deambuló entre Barcelona, Zaragoza y Madrid, con un clan de mujeres a quien mantener (madre andaluza, hermana pianista y esposa campesina aragonesa). Pero salvo algún período de estabilidad laboral en Madrid, donde trabajó para una editorial, pasó miseria y sufrió una tuberculosis. Por fin, el gobierno uruguayo se dignó a brindarle una subvención para que viniese a morir a su tierra.

Años después, Federico dijo públicamente que esa gloria con el que los rioplatenses lo recibían a él, debían habérselo brindado al pintor Barradas, quien habría de ser homenajeado por iniciativa de Lorca en el cementerio del Buceo, en una silenciosa ceremonia bajo la lluvia. El poeta, portando varios ramos de flores con una tarjetita de los contertulios que tanto querían a Barradas en Madrid, intentó compensar la falta de apoyo que, quizás, sentía que había escamoteado a su amigo pintor.

Al homenaje concurrieron varios hombres de letras uruguayos y españoles que se hallaban viviendo aquí: Mora Guarnido -cónsul de España e íntimo amigo de juventud de la Granada estudiantil de Federico-, Díez-Canedo -el embajador, crítico y estudioso que lo conminó a cruzar el Río de la Plata y visitar Montevideo por "política"-, y Julio Casal, el poeta uruguayo que había vivido largos años en Galicia militando en forma partisana a favor de la poesía y editando revistas que recogían a los noveles autores que luego constituirían la Generación del `27.

En Montevideo, todos los poetas de la década del ´20 se acercaron a Federico. Estaba en proceso la generación del Centenario. El Estadio ya se había construido y existía la fantasía colectiva, de la cual era parte Lorca, de que se estrenase alguna obra suya allí ante 50.000 personas.

No hubo desertores como en Buenos Aires, donde Borges quedó decepcionado ante el inevitable ego del poeta español y donde un periodista/crítico literario lo tildó de "tarado".

En Buenos Aires y en Montevideo Federico no fue un outsider, como en Nueva York. Zambulléndose en su lengua y en las costumbres latinas, rodeado de emigrantes españoles y gente que había viajado a España y conocía sus amadas ciudades, en lugar de deambular para escribir alcoholizado hasta altas horas versos alucinados y apocalípticos, se dejó llevar por una marea humana glamorosa en ambas márgenes del Plata. Una Victoria Ocampo en Argentina, una Susana Soca en Uruguay, le ofrecieron cenas y recepciones: las cultas y talentosas millonarias no dejaron pasar la oportunidad de admirar el brillo de la fama y el carisma del escritor. Juana de Ibarbourou, también partícipe del glamour, tuvo más distancia al respecto: reconocía que a Federico lo habían disputado dos mundos opuestos, por un lado la alta sociedad -al parecer repleta de señoritas, lo que indica que el mundillo cultural siempre tuvo como ávidas consumidoras a las mujeres- y por otro los intelectuales que conocían su simpatía por las izquierdas. Aunque Lorca no estaba afiliado a ningún partido, se lo identificaba con las ideas antifascistas que acabarían triunfando a través del Frente Popular en las elecciones de 1936 de la República.

Rocca y Roland hacen un itinerario prácticamente geográfico, antropológico y cultural de la estadía del poeta aquí: saben por dónde conducían los autos lujosos que lo llevaban, su paseo por el Desfile de Carnaval en un descapotable, en qué cafés estuvo, a qué fiestas concurrió. Sobre todo, dan cuenta del éxito arrasador de sus conferencias (con pago de entrada) en el Teatro 18 de Julio (un bello edificio art-nouveau que si bien no fue demolido por la dictadura como el Teatro Artigas, sí fue liquidado por el mal gusto de los arquitectos que "modernizaron" en los `50 y `60 a "Montevideo la coquette"). Las conferencias fueron "Teoría y juego del duende" y "Cómo canta una ciudad de noviembre a noviembre". No faltó, como broche de oro, la fantástica conferencia-recital sobre sus impresiones de Nueva York, donde recitó sus poemas vanguardistas dejando al público helado, pues la expectativa general eran romances con gitanos, enaguas, nardos, caballos y navajas. También hubo una cuarta conferencia en el Club Uruguay mucho menos publicitada. Federico era un performer, recitaba poesía propia y ajena, tocaba el piano, cantaba canciones populares de su tierra... la gente se derretía con su simpatía y locuacidad.

Momentos mágicos. No fue una repetición sistemática de lo ocurrido en Buenos Aires. A sus amigos les confesó que la gigantesca ciudad sudamericana, con su aire de cosmópolis, lo agobiaba. En Montevideo, en cambio, miraba los veleros del horizonte y se sentía muy cercano a su país natal. Cuando lo llevaron en automóvil hasta Atlántida "a ver el océano salado", y se encontró con aquellos hotelitos sumergidos en pinares, un soplo de inspiración pareció sacudirlo y les regaló a Enrique Amorim y a Alfredo Mario Ferreiro -sus cicerones del largo y felicísimo primer día-, un recital a la luz de las estrellas, sentados en las rocas. Según el testimonio de Ferreiro, quien habría de hacer una crónica espléndida de García Lorca, éste les recitó poemas de un libro inédito que prometía trescientas páginas. En aquel entonces el poeta les dijo que ese libro en el que tenía tantas expectativas se llamaría "Introducción a la muerte": era, efectivamente, el primer título que Federico manejaba para lo que terminó siendo Poeta en Nueva York. Dejó su manuscrito en el despacho de la editorial de José Bergamín, en Madrid, antes de irse muy asustado a Granada, con su familia, ante la inminencia del golpe militar de 1936.

Esa noche debe de haber sido uno de esos momentos únicos e irrepetibles en la vida de los uruguayos, especialmente cuando recitó su tremenda "Oda a Walt Whitman", que Ferreiro califica de "responso" a todos los maricas del mundo.

Ferreiro cuenta que también lo llevaron a las sierras de Minas, y allí ¡oh coincidencia!, apareció una luna llena, como si el Uruguay le estuviese rindiendo un homenaje al poeta del "Romance de la luna, luna". La noche en que regresaron de Atlántida, Lorca recitaría en el auto poemas de Machado y de Juan Ramón Jiménez: su memoria debía ser prodigiosa, como la de los actores, como la de los músicos.

De su vida sexual, siempre tan comentada por los biógrafos de Lorca, Rocca y Roland dicen poco. Un rumor les llegó, sí: el poeta habría sido visto paseando por la rambla de Carrasco, con la blusa marinera regalada por Amorim, del brazo de un adolescente. Lo cierto es que en Uruguay se vio que Lorca tenía una actitud seductora con las "señoritas". Las sabrosas anécdotas que se conocen de Buenos Aires, en Montevideo parecen no haberse repetido.

Sin embargo, cualquiera puede acceder por Internet a una reciente presentación que el escritor peruano Santiago Roncagliolo realizó hace poco tiempo en la Casa de América, como anticipo de la novela que está escribiendo -tras una frondosa investigación- sobre Enrique Amorim.

La presentación de la novela inminente se llamó El amante uruguayo, Enrique Amorim, y en Internet puede apreciarse a Roncagliolo mostrando las fotos del escritor salteño como un hombre "guapo", es decir bello, muy bello -infiel a su esposa Esther Haedo-, bisexual, y amante de Lorca.

El dato es impactante, y seguramente Roncagliolo tiene una fuente sólida para aventurarse en ella.

Las ambiguas fotos que Enrique realizó de Lorca, el apego durante su estancia, y sobre todo la carta que le dirigió cuando Federico ya había vuelto a España y no le enviaba una línea (carta llena de insinuaciones, de amor incondicional y de palabras resultado de un cómplice código, como "epente", la forma en que García Lorca designaba al homosexual, a quien equiparaba con un "niño que crea y no procrea"), apoyan esta tesis misteriosa de Roncagliolo que no reveló sin embargo en la reciente entrevista que se le realizó en El País Cultural (Nº 1117).

FUSILAMIENTO Y ALGO MÁS. La muerte de Lorca causó en Uruguay un profundísimo impacto y Rocca y Roland son meticulosos en mostrar no solo el dolor, sino la curiosa manía de sus seguidores de imitar el lorquismo hasta límites insoportables.

También recogen las pueblerinas discusiones acerca de quién había pasado más tiempo con él -una insólita competencia-, las antologías poéticas que se hicieron en homenaje al poeta asesinado y, sobre todo, la contundencia de Lorca en el teatro uruguayo, siempre torrencial a la hora de montar obras, durante el siglo XX y también el XXI. Un recuento de los estrenos uruguayos de las obras de Lorca impacta, porque no debe olvidarse que multitud de escenarios amateurs también lo representan, siendo el dramaturgo estrella, junto con Shakespeare, en la constelación de autores seleccionados en los programas de enseñanza.

Pero el libro de Rocca y Roland muestra, sobre todo, una efervescencia cultural, una inversión de los uruguayos en cultura, una capacidad para valorar el arte y el talento que un Montevideo lleno de teatros manifestaba durante los años ´30, que produce un escozor nostálgico y la evidencia de un posterior proceso decadente y, desde una visión pesimista, irreversible.

Alfredo Mario Ferreiro, por ejemplo, poeta vanguardista, humorístico y poco intelectualoso, es un emergente que muestra un Uruguay creativo y transgresor que la posterior omnipresencia de la generación del ´45 -tan solemne y crítica, como es sabido- parece haber opacado por completo.

Da la impresión de que Rocca y Roland tampoco toman a Ferreiro muy en serio, pese a la belleza de las escenas aludidas. En su rememoranza de Lorca, Ferreiro apunta que a su amigo "lo mataron a palos".

Para los autores del libro, esto parecería una exageración de Ferreiro, ese extraño uruguayo que escribió un poemario llamado El hombre que se comió un autobús. Sin embargo, en el documental ya citado El mar deja de moverse, el especialista español Félix Grande maneja una información que asegura que, Lorca, antes de ser fusilado, recibió un culatazo en plena cara, se le gritó "rojo maricón" y que hay indicios para pensar que fue torturado antes de ser conducido a la carretera de Víznar para ser asesinado.

Tal vez Ferreiro tenía acceso a esa información. O tal vez Ferreiro era solo un poeta ultraísta/futurista, un periodista sin el rigor de un crítico, de un Emir Rodríguez Monegal.

Pero algo ocurrió antes del fusilamiento.

LORCA Y URUGUAY, PASAJES, HOMENAJES, POLÉMICAS, de Pablo Rocca y Eduardo Roland. Alcalá, 2010. Jaén, 309 págs. Distribuye Trecho.

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