domingo, 20 de noviembre de 2011

De ida y vuelta granadahoy-com

JOSÉ CARLOS / ROSALES

SIN el vitalismo y la generosidad del músico de jazz Fernando Wilhelmi (¿puede haber vitalismo sin generosidad?), el concierto del pasado martes en el Teatro de Caja Granada nunca hubiera sido posible. Esa noche la Orquesta de Ida y Vuelta que dirige Wilhelmi desplegó sus mejores oficios: más de treinta músicos en un escenario rebosante de alegría y sensualidad, los ritmos ancestrales de Brasil o de Cuba, las sinuosas melodías de Argentina (Astor Piazzola) o de Estados Unidos (Oliver Nelson), la polirritmia fascinante de los tambores batá (con Enrique Lugones), las miradas de un público entusiasmado bailando un mambo de Paquito de Rivera y las voces envolventes de Alex Oliveira y Fernanda Tassia desgranando aires de Tom Jobin o las notas insinuantes de una samba. Todo salió redondo aquella noche. Ese concierto será un concierto inolvidable.

Pero la Orquesta de Ida y Vuelta es algo más que una respetable orquesta de jazz, es sobre todo una escuela de aprendizaje, de ahí el otro nombre con el que también se la conoce, la Big Band del Conservatorio Profesional de Música de Granada, orquesta que surgió del tesón y la creatividad de su director, el profesor Fernando Wilhelmi, empeñado noche y día en sacar adelante este hermoso proyecto musical. Nacida durante el curso 2006 2007 con el afán de que la música contemporánea también ocupara su lugar en los planes de la enseñanza musical española, o de que las supuestas fronteras entre la música popular y la más elaborada no fueran un muro insalvable, la Orquesta de Ida y Vuelta está compuesta por jovencísimos alumnos del Conservatorio y un puñado de amigos que acuden desinteresadamente a los requerimientos de Wilhelmi; y así ocurrió el martes, allí estaban las tumbadoras de Jesús Santiago, el piano de J. M. Pedraza, la batería de Luis Landa, el bajo de Miguel Pérez, el contrabajo de M. A. Pimentel o la trompeta de Alberto Martín. Todo un ejemplo de colaboración y buenas vibraciones.

Ahora que corren malos tiempos para el arte y la cultura (recortes en los presupuestos culturales, cierre de bibliotecas, equipamientos a medio terminar o abandonados…), un concierto como el del martes pasado en Caja Granada es, además de una enorme satisfacción para los sentidos, una llamada de atención a nuestra inteligencia: la cultura nunca es lo más caro pero sus frutos son de largo alcance, sin esa orquesta sus alumnos estarían en otro sitio: ¿Sería un sitio mejor? No sé por qué razón el área que primero sufre los envites de cualquier crisis económica la cultural. Esperemos que no ocurra así con la Big Band del Conservatorio de Granada y que pronto podamos volver a disfrutar su sabor y vitalismo.

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