sábado, 16 de enero de 2016

¿Qué nos falta, Andalucía? granadahoy.com

Sin la ambición por emular a los mejores, nos convertiríamos en una sociedad acomodada antes de haber sido ricos, y la Historia demuestra que eso tiene consecuencias severas.
RAFAEL SALGUEIRO 
EL título no sino la pregunta que muchos nos hacemos viajando por Andalucía y comparando con otros lugares, visitando a alguna empresa sobresaliente, estudiando con algo de profundidad alguna que otra rama de producción, conociendo a los talentos que animan empresas incipientes o analizando la dotación pública de la que dispone la región. Nos la hacemos también pensando en personas destacadas que de aquí son o aquí trabajan, diciéndonos a nosotros mismos que esto no pueden ser una singularidad ni una casualidad, aquí tiene que haber sustrato fértil para unas emergencias que no son, ni mucho menos, infrecuentes. Y no se limita esto al ámbito de la empresa. Por ejemplo ¿Quién no se ha dado cuenta de que, desde hace más de medio siglo, la música europea de verdadero interés son el pop y el rock inglés y el flamenco andaluz? 

No hay razones de geografía que nos limiten. Al contrario, incluso hay una civilización que desde que abandonó Andalucía está buscando su sitio en el mundo, porque aquí tuvo su esplendor máximo. Esa geografía determina, entre otros factores, un litoral amplísimo que aprovechamos como recurso turístico de primera fila, un sistema portuario muy capaz y todavía lejos de haber alcanzado todo su potencial de aprovechamiento, y al litoral se deben también dos localizaciones industriales, Huelva y Campo de Gibraltar, cuya facturación individual es comparable a la del polo químico de Tarragona. En esa geografía hay lugares que parecían inapropiados para producir, el suelo y el clima de Almería, pero que gracias al esfuerzo y al talento dan hoy al mundo lecciones de técnica agronómica. 

Vemos nuestra posición al extremo de Europa y nos sentimos alejados de los grandes centros económicos y de producción, aduciendo a veces razones de distancia para explicar el porqué de la menor intensidad industrial. Sin embargo se pueden ver las cosas de otra forma: estamos justo en la gran ruta del transporte marítimo mundial y estamos aprovechando esto sólo de una forma limitada. Y somos también el vecino del país que va a liderar el África francófona, algo que tampoco estamos aprovechando con suficiencia. 

La conexión entre las ciudades y en general los sistemas de transporte han descartado ya la limitación secular que hemos padecido en este país. Con muy pocas salvedades, es difícil imaginar su mejoramiento, salvo con inversiones de dudosa rentabilidad social. No es Andalucía la comunidad de mayor extensión de España, lo es Castilla y León, pero sí la de mayores distancias. Y éstas, junto con las desconexiones económicas, las relativamente bajas migraciones interiores, la propia historia -los cuatro reinos que perduraron hasta 1833, y que Domínguez Ortiz considera ineludibles para entender la historia andaluza- y, por qué no, la diversidad de Andalucía quizá sirvan para explicar la efímera trascendencia del sentimiento andalucista y cómo, sé que es osado decirlo, la actual percepción de Andalucía como un todo es en gran medida deudora de la creación del estado autonómico y de la acción político-administrativa. 

Y esta acción, desde el primer gobierno, ha sido enormemente eficaz en la extensión y en la profundización de los servicios públicos. Y no sólo los de carácter básico, sino también servicios de cierto nivel y complejidad, como universidades -quizá nos hayamos pasado-, sanidad pública -quienes no la aprecian es que han viajado poco-, infraestructuras de investigación o medios de innovación, entre otras. La Administración ha ido adoptado los paradigmas de impulso al desarrollo que en cada momento se consideraban apropiados en Europa y la planificación económica, más o menos acertada, no ha sido resultado de ocurrencias sino del intento de orientar los recursos en las direcciones sobre las que había un consenso generalizado y dentro de los marcos que determinaban los financiadores, la UE fundamentalmente. 

Sin embargo, parece demostrado que la acción pública por sí sola no es capaz de animar un desarrollo económico sostenido. Y creo que el gran error de la Administración fue creer que era capaz de hacerlo, casi contemplando a las empresas como meros agentes dedicados a traducir incentivos económicos e infraestructuras en inversión, producción y empleo. Sumo a ello que hasta hace pocos años se contemplaba a los empresarios como una clase extractiva antes que como creadores de riqueza. Esto era congruente con una ideología socialista muy anticuada y está siendo afortunadamente superada, al menos en nuestra región donde percibo, y creo no estar errado, una cada vez mayor comprensión de la naturaleza y de la importancia de la acción empresarial, a la vez que se comprende la importancia de una acción regulatoria de calidad. La progresiva remoción de trabas y normas innecesarias es un ejemplo de ello, y hemos tenido ejemplos de valiosa acción concertada entre consejerías ante proyectos de inversión industrial importantes. 

No creo, por otra parte, que el tamaño del sector público andaluz o su organización sea un limitante de primer orden para el desarrollo, aunque reconozco los costes de oportunidad e ineficiencias en la asignación de los recursos de la economía andaluza que pueden causar un tamaño excesivo o una organización imperfecta. Optimizarlo es un campo de primera importancia para la inteligencia y la acción política, pero no producirá desarrollo económico. 

El desarrollo económico no está en manos de la Administración ni es responsable de producirlo. Sí lo es de proporcionar los medios que competen a lo público, con la limitación de los recursos de los que disponga, y de construir en su ámbito de acción un entorno favorable a la acción empresarial. La de verdad, no la de los buscadores de rentas. 


Es la sociedad, nosotros mismos, como trabajadores o como empresarios, los que debemos ser capaces de traducir esos medios en crecimiento económico. Será nuestra vocación de prosperidad personal lo que permita lograrlo, y ello significa no conformarnos con estar en la mediana sino emular a los mejores, a lo cual no favorece, desde luego, la actual política educativa. Sin esa vocación nos tendremos que conformar con vivir en una geografía y un clima excepcionales, en una sociedad bastante armoniosa y no poco estimulante, y tener una renta per cápita que no está mal comparada con la mayor parte del mundo (si fuéramos un país estaríamos entre los cincuenta primeros), con unos servicios públicos muy por encima, afortunadamente, de los que permitiría nuestro PIB per cápita. Pero nos convertiríamos en una sociedad acomodada antes de haber sido ricos, y la acomodación tiene consecuencias severas, la Historia lo demuestra.

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