domingo, 27 de marzo de 2016

¿Y si la esencia de la Semana Santa estuviera en la masa de un pestiño? granadahoy.com

ANDRÉS CÁRDENAS 
EL filósofo Fernando Savater cuenta en Ética para Amador el caso del piloto novato al que el profesor le pregunta qué haría en caso de que llevara un avión y por causa de una tormenta se incendiara un motor. 

-Pues utilizaría otro motor. 

-¿Y en caso de que otra tormenta inutilizara ese motor? 

-Pues utilizaría otro. 

El maestro un tanto disgustado porque no era la respuesta que esperaba, le pregunta de nuevo: 

-¿Y en caso de que se incendiara ese motor también a consecuencia de otra tormenta? 

El alumno, responde: 

-Pues utilizaría otro motor. 

El maestro ya cabreado le dice: 

-¿Pero se puede saber de dónde saca usted tantos motores? 

El alumno lo mira y responde: 

-Pues del mismo sitio de dónde saca usted tantas tormentas. 

El filósofo emplea este ejemplo para decir que debemos pasar por la vida con la realidad que tenemos, no con otra que alguien quiera imponernos. Y viene esto a cuento porque hay una realidad muy nuestra que le quiero enseñar a Harry: estoy dispuesto a que, al menos un día, viva nuestra Semana Santa desde la objetividad de un observador foráneo. Yo no es que sea un capillita y las procesiones me gustan lo justo, pero esta es una fiesta religiosa tan nuestra que creo que mi amigo extranjero merece conocerla, aunque sea para denigrarla. 

El catolicismo, lo dijeron los jesuitas, tiene mucho de teatral, de exhibición sentimental y melodramática de lo interior. Por lo que Harry me ha contado, él sabe todo eso de la Semana Santa, pero jamás ha participado en ella. Él sabe que las procesiones son el sello visible de una tradición centenaria, que existen costaleros que cargan con esfuerzo las estatuas religiosas y que la devoción se mezcla en muchas ocasiones con la costumbre. Y yo sé que para los extranjeros existe un choque cultural al observar por primera vez una costumbre que dista mucho de la de su país de origen. Seguro que muchos guiris habrán identificado a los penitentes con esos obtusos miembros del Ku Kluk Klan americanos que se ven en las películas persiguiendo a personas de raza negra. Por eso quiero que Harry compruebe el silencio reverencial de la calle ante los dramáticos pasos, el canto desgarrador de las saetas y la devoción social sin precedentes que convierten en todo un espectáculo de luces y sombras a la Semana Santa. 

-No problema. Cuando tú querer. 

Como conozco a Harry, estoy convencido de que podría flipar con el Cristo de los Gitanos pasando por el Sacromonte. O con la Virgen Santa María de la Alhambra pasando por la Puerta de la Justicia. Pero prefiero que primero se enfrente a una procesión sencilla y más humilde como la del Cristo del Trabajo y la Virgen de la Luz, que sale el Lunes Santo. Es la de mi barrio y la que no me pierdo ningún año. 

Mientras vamos andando hacia la Iglesia del Corpus Christi, en el Zaidín, mi amigo me cuenta que en su país, Irlanda, sólo se celebra el Viernes Santo y que los católicos asisten a actos religiosos para recordar la muerte de Jesús. Aunque el peso de la religión en la sociedad de ese país es cada vez más liviano, el Viernes Santo está marcado por ser una jornada en la que se castiga penalmente la venta de alcohol. Pero la prohibición no es tan restrictiva como parece porque hay métodos para burlar la ley y consumir alcohol. 

Yo le cuento que en mi infancia, desde el Viernes Santo al Domingo de Resurrección se cerraban los cines, no se podía jugar a la pelota porque se le estaba dando patadas a la cabeza de Jesús y no se podía poner el tocadiscos ni la radio si no era para oír saetas. 

La televisión ha dicho que va a llover, por eso Harry se ha echado un paraguas. Pero a las cuatro de la tarde sale el sol. Le digo que si llueve se suspenden los desfiles procesionales y eso hace que los periódicos del día siguiente pongan el socorrido titular de "Llueven lágrimas", con la imagen de un penitente llorando porque no ha podido salir su paso. 

-¿No haber inventado manera de tapar imágenes? 

-Sí que la hay Harry, pero a nadie le gusta ver un santo con impermeable o un plástico por lo alto.

En torno a la iglesia hay cientos de personas que gritan 'vivas' a la Virgen y al Cristo del Trabajo. 

-¿Venir la gente a pedir trabajo al Cristo? -me pregunta Harry. 

Le explico que no necesariamente y que el nombre de la Cofradía se debe seguramente a que nació en el barrio obrero del Zaidín. También le digo que la imagen está inspirada en el Cristo del Paño de Moclín y que la cofradía es una de las más jóvenes, pues solo tiene 26 años. 

A mi amigo irlandés le fascina la vestimenta de los penitentes. Las túnicas y capillos en sarga de color rojo brillan con esos tímidos rayos de sol que se han atrevido a desmentir las previsiones meteorológicas. También dice Harry que le agrada la música de tambores y cornetas que hacen bailar a los pasos. Y ese olor intenso a incienso capaz de trasladarte a otros tiempos y a otras infancias. Y la belleza de las camareras vestidas de negro, a modo de elegantes viudas, capaces de provocarte impulsos de lascivia o llevarte por los linderos del pujo erótico. La puesta en escena incluye el fervor de la gente que se acerca a tocar los tronos y el largo manto de la Virgen. Harry lo mira todo en silencio, intentado asimilar que los hombres tienden a plantear sus deseos ante quienes consideran que es milagrosamente superior a ellos, por una vía de fe o por otra. 

-A mí no ofender la fe de personas. Decir Tolstoi que no poder vivir sin fe porque ser el conocimiento del significado de la vida -afirma Harry. 

Cuando vemos salir los pasos del Cristo del Trabajo y la Virgen de la Luz nos dirigimos al centro. En Semana Santa la prisa es otra. Nadie pasea sino que anda de un lado para otro con cierta rapidez para no perderse la salida de tal o cual procesión o ver a su paso preferido en este u otro lugar. En la Carrera del Darro vemos a la Virgen de los Dolores. El colorido de esta procesión -en donde se combina el blanco de los penitentes, el rojo del manto de la Virgen y el salmón de los enseres de la cofradía- hace decir a Harry que al aire libre y con esa vista es más difícil olvidarnos de Dios. 

Sobre las siete de la tarde llevo al irlandés a que conozca a mi amiga Alfonsa, que tiene balconada en la calle San Matías. Alfonsa acoge en estas fechas a muchos amigos que quieren ver las procesiones que pasan por esa calle tan semanasantera. A Harry le encanta conocer a mi amiga, y más cuando ella le ofrece, con esa simpatía natural que exhibe siempre, una cerveza con un cuenco que contiene potaje de coles. En la casa de Alfonsa hay cinco comensales más y todos tratan de explicar al guiri la gastronomía de estas fechas. Alfonsa tiene de todo un poco y después del cocido de coles le ofrece a Harry otro cuenco de calabaza frita con chorizo. Y de postre torrijas y pestiños. Mientras todos hablamos, el irlandés no para de mover la mandíbula. 

-¡Callaos que se oye una saeta! -dice alguien en un momento determinado de la noche. 

Otro comensal informa que se trata de Paco Orellana, que le está cantando al Cristo del Trabajo. Pero el irlandés está en otra cosa: acapara a Alfonsa para que le diga la receta de los pestiños. Quiere saber todo detalladamente sobre este dulce y yo le digo que en Andalucía, cuando algo o alguien resulta pesado decimos que es un 'pestiño'. Pero él no se da por aludido. 

Cuando salimos a la calle y vamos por la Acera del Darro, Harry me dice que se ha dejado olvidado el paraguas en casa de Alfonsa. 

-¿Quieres que volvamos? -le pregunto. 

-¡No! Yo venir mañana otra vez. Así poder comer más pesti… ¿cómo decir? 

-Pestiños. 

-Eso, pestiños. 

-Harry… ¿no te habrás dejado olvidado el paraguas aposta? 

-Tu ser mal pensado -dice el aludido con una mueca irónica de la que no me fío ni un pelo. 


¿Y si para algunos guiris la esencia de la Semana Santa estuviera en la masa de un pestiño?, me pregunto yo.

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