sábado, 11 de febrero de 2017

Científicas: ¿techo de cristal o de cemento armado? el Huffington Post

 
Periodista, divulgación científica y ambiental

Tengo la fortuna de conocer excelentes biólogas, arqueólogas, geólogas, astrofísicas o filólogas. Sin embargo, ninguna ocupa un alto cargo de responsabilidad en su centro. Una cosa es que veamos muchas 'batas blancas' con rostro de mujer cuando visitamos un centro de investigación, o muchas esforzadas doctorandas en las universidades, y otra muy distinta que estén en puestos desde los que se ejerce una dirección efectiva. De ahí que a la que le toca, como María Blasco, por ejemplo, se la requiera continuamente para cumplir la cuota en los medios (sin detrimento de su valía) o que se busque a Margarita Salas, que lleva décadas ocupando ese papel mediático. El resto parece no existir. Digo todo esto al hilo de los datos del informe Científicas en Cifras 2015, presentado por la secretaria de Estado de Investigación, Carmen Vela.
Para empezar, resulta cuando menos curioso que ella solita represente el 75% de mujeres en el cargo de la presidencia o dirección de consejos rectores en centros de investigación, mediante la fórmula de ocupar varios puestos de ese calibre a la vez y que ese sea el único caso de una significativa presencia femenina). Los otros datos, lejos de ser positivos, en general son sonrojantes.
Y es que el porcentaje de científicas respecto a científicos no está mal, y ronda el 39% (incluso más que en Europa, que anda por el 33% por culpa de Alemania), pero también resulta que es un porcentaje que sigue estancado desde hace una década. Sí es cierto que, como Vela señalaba, se cumple "la norma del 60-40", es decir 60% de hombres y 40% de mujeres, si bien en nuestra población general los primeros son el 49% y las segundas el 51%. Luego es una norma que parece poco igualitaria, aunque quiero entender que es un pasito más en la lucha contra una una brecha que viene de siglos. Ahora bien, este 39% se refiere a los organismos públicos de investigación (OPIS) y las universidades, porque lo que es la empresa privada es puro patriarcado: menos de un tercio de sus investigadoras en áreas de innovación y ciencia es mujer, el 31%.
Este panorama empeora a medida que subimos en el escalafón. Si bien el informe refleja que las doctorandas leen ahora muchas más tesis que antes (ya son el 50% del total) -luego hay un aumento del interés por seguir la carrera investigadora-, lo cierto es que esta carrera se topa con un techo, no ya de cristal, sino de cemento armado, porque parece que no hay forma de acabar con él desde hace décadas, ni a corto plazo. A estas alturas del siglo XXI, tenemos tres rectoras de 50 universidades públicas (en las privadas van mejor, y llegan a ser el 29%), ni una sola directora de un OPI (leasé, CSIC, INTA, CIEMAT, IGME) y un escuálido 18% en las direcciones del centenar centros o institutos de investigación pública o en los de las universidades. Además, sólo 2 de cada 10 investigadores de alto rango son mujeres en esos OPIS, aunque sin embargo son inmensa mayoría entre técnicas, auxiliares y becarias.
Si acercamos más la lupa a la universidad, nos encontramos otro dato para la reflexión: si bien el informe refleja que el 50% de las tesis aprobadas las firman ellas, apenas suponen el 27% de las directoras de departamentos universitarios públicos o de las directoras de escuelas. ¿Está ahí el primer gran agujero negro que las succiona hacia el ostracismo? Ana Guil, investigadora de género de la Universidad de Sevilla, en un estudio reciente, señalaba: "De seguir la evolución en este sentido, habríamos de esperar hasta casi el 2040 para llegar al 50%, no ya de catedráticas, sino tan sólo de docentes universitarias. Ello siempre que no sucediera algo que ralentizara su crecimiento, como parece que ya ha empezado a pasar con la crisis económica. Pues las crisis siempre han perjudicado en mayor medida a las mujeres, y por diversos motivos que no pasan necesariamente -aunque también- por la pérdida de empleo femenino".
Efectivamente, son ellas las que acaban dejando su empleo, aunque sean investigadoras de primera, al mismo nivel que sus compañeros, porque otro dato nos dice que presentaron la mitad de las solicitudes de ayudas públicas para sus proyectos y las consiguieron con éxito en el mismo ratio que sus colegas, un buen dato que nos indica que eran buenos proyectos y que, al menos ahí, no hay un sesgo de sexo.
Pero otro cantar es contar con esas excelentes científicas para dirigir equipos. Ana Puy, de la Unidad de Mujeres y Ciencia y coordinadora de esta trabajo, me reconocía que "hay mucho catedrático que no se mueve del sitio" y Carmen Vela argumentaba que, debido a las pocas plazas convocadas en los últimos años para el sistema científico, no ha sido posible que cambie la tendencia, y lanzaba al aire una pregunta: "¿Son pocas porque no se selecciona a mujeres o porque no se presentan a esos puestos?". La propia Puy me diría luego que "lo normal es que a 'ellos', sus compañeros les animen a presentarse a un cargo y lo hacen conscientes del apoyo que tienen, lo que no ocurre al contrario". "La respuesta es complicada. Hay casos en los que la mujer decide no seguir con su carrera, pero lo cierto es que tiene lastres sociales, personales y del entorno que lo impiden", apuntaría Carmen Vela.
Por cierto, de la posición de las investigadoras en el mundo empresarial, el informe no cuenta casi nada. No hay datos de la posición que ocupan en esos departamentos de innovación privados, por más que se han pedido. "Las empresas ocultan el género porque saben que el dato es malo", reconocía Puy. No información, sí un ostracismo fantasmagórico a nivel social.
Como medidas para paliar estas cifras, Vela señaló que su 'hoja de ruta' incluye recomendaciones para que todos los tribunales cumplan la regla del 60% hombres y 40% mujeres (los de la Secretaría de Estado ya lo son, pero en otros no tiene una competencia), revisar que no haya sesgos de género en las convocatorias de ayudas a proyectos científicos (y parece que ahí no está el problema), continuar investigando sobre el tema y elaborar directrices de buenas prácticas, a ver si universidades, centros de investigación y empresas tienen a bien ponerlas en marcha.
Pero la lucha contra esos lastres que las mantienen "pegadas al suelo", como señala Guil, también está relacionada con liberarlas de su labores de cuidados (familia, allegados, enfermos...) gracias a un mayor apoyo de servicios que están de capa caída, o canales efectivos de denuncia de las 'microdiscriminaciones sexistas' a las que muchas se ven sometidas, así como de esas presiones para elegir entre la familia y la carrera científica que suelen darse dentro de los despachos.
Mientras no haya más investigadoras en cargos de responsabilidad, el sistema científico español estará cojo. "La mayor incorporación de las mujeres a las más altas posiciones académicas, sin duda redundaría en la calidad de la docencia y la investigación, al aportar éstas no sólo su demostrada excelencia, sino también nuevos puntos de vista que ayuden a construir un conocimiento menos androcéntrico y, en consecuencia, más universal", afirma Guil en su informe.
Pues bien, eso es lo que estamos perdiendo.

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