jueves, 1 de junio de 2017

Melancolía en forma y color granadahoy.com

ALFREDO ASENSI

Si miramos un cuadro, el cuadro nos interroga; cuando retiramos la mirada, el espacio que queda conoce el calambre de un cruce de dictámenes. Un personaje clave en el último kilómetro de Van Gogh es el doctor Paul Gachet, un hombre de inquietudes artísticas que, como recuerda Uwe M. Schneede en Vicent van Gogh: vida y obra, había alcanzado el doctorado con una tesis sobre la melancolía. Era propenso a ciertas excentricidades, como anotó el pintor, que situó frente a él un tallo de dedaleras y unos libros de los hermanos Goncourt que para Van Gogh representan, según Schneede, la modernidad del pensamiento. Se configura así un sistema semántico y conceptual a partir de las asociaciones entre las debilidades del sentimiento, los desarrollos de la ciencia y las conquistas de la creación intelectual. La maestría del artista, su dominio de los medios, su alcance estético por elevación intuitiva son aquí indudables. La escena formula un ámbito acotado e incalculable entre la expectación y la inteligencia. Faltaban pocas semanas para que Van Gogh se muriera de suicidio.
No hay referencias en el ensayo de Schneede a la segunda versión que se da por auténtica de esta obra, expuesta en París y que presenta, bajo una determinación formal muy parecida, cambios sustanciales. El paradero de la primera es una incógnita desde los años 90. Como se sabe, marcó una cifra récord cuando el supramillonario japonés Ryoei Saito la compró en una subasta por más de 82 millones de dólares. Después de algunas dificultades fiscales, el empresario advirtió de que el cuadro sería incinerado con él. Desde su muerte, mediada la década, nada se sabe. Hay quien dice que lo miró una vez y luego lo guardó en un almacén. Hay quien afirma que lo vendió a otro rico que lo contempla en secreto.
A la ceniza, al tiempo, al oro, a la paradoja, a quién o a qué interroga el doctor Gachet, que enfrentó la mirada de Van Gogh en el último acorde de su extravío o en la nota final de su luz. Sin duda la respuesta está en el propio cuadro, en su sintagma de ondulaciones, en su fiebre de cromatismo, en su manera de expresar un tipo de dolor que cruza las épocas y los ánimos como un murmullo letal de formas y categorías. Entre el desacoplado y genial pintor y el caprichoso magnate cabe (con el tamaño exacto de un siglo) un vidrioso y pedagógico ensayo de ironías y excentricidades. El volumen exacto de una melancolía fugaz y definitiva.

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