domingo, 3 de diciembre de 2017

Reflexiones de un niño del 77 granadahoy.com

TRIBUNA


SEBASTIÁN CHÁVEZ
Catedrático de Genética de la Universidad de Sevilla

Reflexiones de un niño del 77
Cuarenta diciembres han pasado ya desde aquel domingo nuboso. Me recuerdo como un niño de 13 años que empezaba a descubrir el mundo por sí mismo, acudiendo a la primera manifestación de su vida, empuñando la bandera blanca y verde que había cosido mi madre, entusiasmado con la intensa ilusión que embriagó a todos aquel día. El niño de ayer se pregunta hoy qué hizo a tantos ciudadanos salir a reivindicar autonomía. En el revuelto panorama de la España actual, algunos releen el 4 de diciembre en términos de disputas territoriales y es cierto que en el debate político del 77 se sentía la acusada voz de los nacionalistas catalanes y vascos por recuperar sus gobiernos autónomos; pero no fue un sentimiento de oposición a otros lo que sacó un millón de andaluces a la calle. No recuerdo ninguna pancarta con lemas airados o de agravio frente a otros territorios; sí de solidaridad con Extremadura o Iberoamérica, por ejemplo. Se reivindicó un futuro en positivo que superara la terrible situación de atraso y pobreza seculares que el franquismo había perpetuado en nuestra tierra. Queríamos una vida digna sin necesidad de abandonar Andalucía, sin emigrar a Barcelona como esos parientes que nos escribían cartas desde Hospitalet o Cornellá. Queríamos obtener la prosperidad que exhibían los europeos que nos visitaban en verano y hacerlo desde la belleza de nuestros pueblos y ciudades. Y queríamos que las chachas de las películas dejaran de hablar andaluz y nuestra cultura no fuera más la caricatura distorsionada que divertía a los jerarcas que salían en el NODO. Queríamos en definitiva salir de un pozo donde no merecíamos estar. Si otros pedían autonomía como barrera para diferenciarse políticamente, nosotros la exigimos como palanca de progreso, como escalera de ascenso, como andamio de reconstrucción.
La manifestación del 4-D fue una catarsis contra la resignación y el punto de partida de un fatigoso esfuerzo coronado el 28 de febrero de 1980 con la conquista moral de la autonomía plena. Pero lo que es imprescindible preguntarse hoy es si, andado ya tanto tiempo, hemos salido o no de aquel pozo. La respuesta desgraciadamente no puede ser plenamente afirmativa. La sociedad andaluza de hoy es muy diferente a la del 77 y estos 40 años nos han acercado a los estándares europeos en muchos aspectos. Pero Andalucía sigue estando a la cola de España en prácticamente cualquier indicador socioeconómico que consultemos. El muy reciente estudio sobre bienestar y calidad de vida en España del IVIE para la Fundación BBVA, analizando 12 variables diferentes, nos sitúa en la posición más baja de todas la comunidades autónomas, a gran distancia de las puntuaciones de cabeza. No puede ser de otra manera cuando lideramos los índices de desempleo, nuestro sistema educativo produce magros resultados en las pruebas de evaluación internacionales y algunos de nuestros barrios sufren la marginalidad más extrema.
40 diciembres después de aquella ilusionada demanda de autogobierno, los resultados obtenidos nos deben hacer plantearnos si la escalera que conseguimos nos ha servido realmente para subir. En términos comparativos con el resto de España la respuesta es claramente no. Conseguimos una autonomía de primera pero no hemos sabido utilizarla suficientemente para dinamizar plenamente una economía atrasada. Sí la hemos empleado a fondo para construir un gran aparato burocrático donde se cumpliera aquella copla premonitoria de Carlos Cano "Colócame, colócame, ¡ay, por tu mare! colócame". También creímos que la mejor forma de recuperar nuestra cultura era mirarnos en el espejo y oficializar todo tipo de ritos, en lugar de fundirnos con la universalidad. Y conformamos un sistema educativo poco ágil para adaptarse a las necesidades formativas de un mundo globalizado en continua y acelerada transformación.
A los niños del 77 han seguido muchos otros que hoy se encuentran con un gran desafío. Las comunidades que más se han beneficiado del régimen constitucional, sea por sus políticas acertadas o por su capacidad de presión, quieren soltar lastre y mirar a los mercados europeos y globales con los menores compromisos posibles en términos de solidaridad con otros territorios. Las reformas constitucionales que se vislumbran serán una tentación para cristalizar esos deseos. Si queremos tener credibilidad para oponernos a semejantes privilegios, haríamos bien en tener también un proyecto de profunda reforma interna de Andalucía. Eso pasa por una transformación radical de nuestra propia realidad política. Retomemos el espíritu del 77. Los niños de entonces salimos a la calle para reivindicar nuestros sueños de libertad, dignidad y progreso. Y ningún niño sueña con convertirse en burócrata.

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